Cuando el mundo se pone insoportable (y tú estás al borde del colapso)

Una mujer en bañador remando en una canoa en un lago entre bosque de pinos

Hay momentos en los que una simplemente no puede más. Intentas mantener la calma, respirar profundo, poner la playlist de meditación… pero el universo conspira: el grifo gotea, tu hijo decide practicar batería con cucharones, y tu pareja, muy tranquilo, te pregunta si “estás bien”.
Spoiler: no estás bien.

El volcán interno: no siempre se puede controlar

Dicen que hay que ser paciente. Que no hay que gritar. Que el autocontrol es madurez.
Pero, sinceramente… hay días en los que sientes que si alguien más te dice “relájate”, podrías lanzar la vajilla por la ventana.

La ira sube, arde, te transforma. Y tú lo sabes.
Sabes que no quieres estallar. Pero tampoco quieres tragarte todo hasta quedarte seca por dentro.

Navegar entre los extremos

Aquí es donde la metáfora de Daniel Siegel cobra sentido. En “El cerebro del niño explicado a los padres” (título original: The Whole-Brain Child), él habla de cómo nuestras emociones pueden llevarnos hacia dos orillas peligrosas:
– En una está el descontrol, el grito, la rabia que nos domina.
– En la otra, la apatía, la tristeza profunda, la desconexión.

Y la clave está en mantener la barca en el centro del río.
Conocerse lo suficiente para saber cuándo te estás acercando peligrosamente a uno de esos bordes… y poder volver al centro, al equilibrio. A ese lugar donde puedes sentir, sin perderte.

No es magia. Es práctica. Y a veces chocolate.

No se trata de ser perfecta ni de reprimir lo que sientes. Se trata de darte cuenta. Parar. Volver a ti. A veces con una respiración. A veces con una risa. O, seamos honestas: con una buena dosis de chocolate a escondidas.

Sentir rabia no te hace una mala persona. Ignorarla, sí puede hacerte daño.
Así que la próxima vez que sientas que la sangre te hierve, recuerda:
Tú eres la capitana. Tú decides hacia dónde va tu barca.

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