Niñas emprendedoras y bolsas de caca: reflexiones desde una esquina del barrio
Una reflexión sobre niños, dinero y el valor del trabajo
El otro día, mientras paseaba al perro por mi barrio, me encontré con una escena que en un principio me pareció preciosa: tres niñas habían montado un pequeño puesto con una mesa plegable, unas cartulinas de colores y un cartel improvisado que decía “¡Pulseras de gomitas a 1 euro!”. Todas estaban sonrientes, orgullosas, vendiendo sus creaciones con una mezcla de timidez y entusiasmo. Yo, con mi perro tirando de la correa y un rollo de bolsas para cacas en el bolsillo —pero ni una moneda encima— les sonreí con cierta incomodidad y seguí mi camino.
Durante el resto del paseo, la escena me dio vueltas en la cabeza. A primera vista parecía una idea genial: niñas haciendo pulseras, aprendiendo a gestionar su propio "negocio", interactuando con la gente. Un ejercicio de creatividad, responsabilidad y autonomía. ¿No es eso precisamente lo que queremos cuando hablamos de fomentar el espíritu emprendedor desde pequeños?
Pero algo me chirriaba.
¿Realmente les estamos enseñando lo que significa emprender, o estamos romantizando una escena sin pensar en lo que hay detrás? ¿Estamos mostrándoles que su trabajo tiene valor… o simplemente que es “mono” cuando lo hacen porque son niños?
Y si queremos que aprendan de verdad:
¿Quién les explica que antes de vender pulseras hay que comprar las gomitas?
¿Que hay que calcular cuánto han invertido, cuánto han vendido y cuál es su ganancia real?
¿Quién les habla del tiempo invertido y de lo que eso también vale?
Emprender: algo más que montar un puestecito
Hay algo muy valioso en enseñar a los niños a tener ideas, desarrollarlas y llevarlas a cabo. Eso sí, el emprendimiento real no consiste solo en vender algo. También implica entender procesos, asumir riesgos medidos, gestionar recursos, hacer cuentas y —por qué no— valorar el tiempo y el esfuerzo invertido.
Muchos adultos llegan a la vida laboral sin haber aprendido esto. Por eso, introducirlo de forma adaptada en la infancia puede ser una herramienta poderosa. Pero la clave está en el cómo.
Lo que necesitamos no es solo dejar que monten puestecitos en la calle, sino acompañarlos con preguntas y reflexiones como:
¿Cuánto te costaron las gomitas?
¿Cuánto tiempo tardaste en hacer cada pulsera?
¿Qué puedes hacer con el dinero que ganes? ¿Quieres ahorrar, compartir, gastar?
¿Cómo podrías mejorar tu “negocio”? ¿Y cómo te sentiste vendiendo?
Ese tipo de preguntas les ayudan a desarrollar algo mucho más profundo que la capacidad de vender: el pensamiento crítico, la planificación, el autoconocimiento.
¿Y el tiempo? Ese recurso invisible que también se gasta
Una cosa que pocas veces se tiene en cuenta cuando hablamos de emprendimiento —ni en adultos, ni en niños— es el valor del tiempo. A veces parece que solo importa lo que se puede medir en euros, pero lo cierto es que nuestra energía, nuestra atención y nuestras ganas también son recursos limitados.
Imagino a esas tres niñas sentadas la tarde anterior, eligiendo colores, trenzando gomitas, tal vez peleándose un poco por quién hace cuál, tal vez dejando de lado otras actividades por centrarse en su proyecto. ¿Cuántas horas dedicaron a preparar ese pequeño puesto? ¿Qué dejaron de hacer para poder hacerlo?
Porque cada vez que decimos “sí” a algo, estamos diciendo “no” a otra cosa.
Y eso también forma parte de la economía de la vida.
Tal vez ese tiempo lo habrían pasado jugando sin propósito, leyendo, aburridas (sí, aburrirse también es importante), o ayudando en casa. O tal vez no, y estaban absolutamente felices con su microempresa de pulseras. En cualquier caso, enseñarles a tomar consciencia de cómo usan su tiempo es tan importante como enseñarles a contar monedas. Porque una de las claves para emprender —y para vivir con equilibrio— es saber que nuestro tiempo vale, y que hay que decidir con intención en qué lo invertimos.
Enseñar emprendimiento desde el juego, no desde la presión
Entonces, ¿cómo podemos fomentar el espíritu emprendedor en los niños sin convertirlos en mini adultos con agendas llenas y objetivos que ni ellos comprenden?
Aquí algunas ideas que pueden marcar la diferencia:
Transformar juegos en oportunidades de aprendizaje
Jugar a la tienda, al restaurante, al banco. Pero con preguntas que abran el diálogo: ¿qué estás vendiendo?, ¿cuánto cuesta?, ¿cómo lo promocionarías?Darles proyectos personales, no tareas
Por ejemplo: "¿Quieres hacer una receta para vender en la fiesta del cole?" Entonces les acompañamos a hacer el presupuesto, la lista de la compra, el cartel, la planificación. Que lo vivan como un proceso creativo, no como una obligación.Introducir herramientas reales adaptadas a su edad
Libretas donde apunten ingresos y gastos, apps para niños sobre dinero, o incluso una caja dividida en “ahorrar / gastar / compartir”. Que empiecen a ver que el dinero no solo se gana: también se cuida y se decide.Reforzar el valor del esfuerzo, no del resultado
No siempre se vende todo. No siempre sale bien. Pero eso no quiere decir que no haya sido valioso. Lo importante es lo que aprendieron, no lo que ganaron.
Para seguir pensando (y jugando)
Hay recursos maravillosos para abordar estos temas desde la infancia. Algunos que recomiendo:
📘 Pequeño Cerdo Capitalista para niños (Sofía Macías) – Una forma divertida y clara de explicar el ahorro, la inversión y el consumo responsable.
🧩 Moneyland (Oliver Bullough) – Aunque para adultos, ayuda a entender por qué es tan importante formar ciudadanos que comprendan cómo se mueve el dinero en el mundo.
🧠 Juegos como Cashflow for Kids (de Robert Kiyosaki) o Bizzmind – permiten experimentar decisiones financieras en contextos seguros.
Para cerrar (o para seguir pensando)
No volví a ver a las niñas con las pulseras. Tal vez fue solo un experimento de una tarde, de esos que se olvidan al día siguiente. O tal vez fue su primer contacto con el mundo del dinero, el trabajo, la iniciativa propia. Ojalá alguien les haya preguntado cómo se sintieron. Si se divirtieron. Si quieren repetir. Si les dolió que alguien pasara de largo (como yo).
Porque al final, más allá de las cuentas, de la inversión en gomitas o del dinero recaudado, lo importante es cómo se construyen esas primeras experiencias con el valor de lo que uno hace.
No se trata de frenar su impulso emprendedor, sino de acompañarlo con mirada crítica y cariño. Enseñarles que su tiempo y su energía valen. Que el trabajo no siempre se mide en euros. Que las ideas se nutren de juego, curiosidad y también de descanso. Y que emprender no es solo vender cosas: es imaginar, crear, equivocarse, adaptarse. Vivir con iniciativa.
¿Y tú qué piensas?
¿Es un buen camino para fomentar la autonomía, o una forma sutil de introducirles en la lógica del rendimiento desde demasiado pronto?
¿Dónde ponemos los límites entre el juego y el trabajo?
Yo aún no tengo todas las respuestas. Pero la próxima vez, por si acaso, llevaré alguna moneda en el bolsillo.